15 de agosto de 2012

La escolástica de izquierdas y la piedra filosofal

La piedra filosofal que buscaban incansablemente los alquimistas en la edad media, convertiría el plomo en oro, o lo que es lo mismo, transformaría la materia, una materia concreta, en otra diferente. La ciencia, me contó en el instituto un profesor de biología, logró con el tiempo materializar el sueño de esos visionarios, que hoy nos imaginamos como viejos canosos de larga barba blanca.

El acelerador de partículas, que descompone la materia en sus más pequeñas e indivisibles partículas y puede volver a recomponerla en proporciones y combinaciones diferentes, transformando así una materia en otra, ha servido para propiciar uno de los descubrimientos científicos más anhelados, el del bosón de Higgs, logrando un paso importantísimo en el conocimiento del universo y su origen.

Convertir el plomo en oro ha sido siempre uno de los objetivos de la izquierda a lo largo de la historia. Y no lo digo tanto por su afán de transformación social como por la búsqueda de una fórmula que convierta organizaciones marginales y marginadas, desconectadas de las tendencias hegemónicas de pensamiento, alejadas de los focos de interés mediáticos y ninguneadas por el poder, en partidos de masas que representen una auténtica alternativa política que pueda romper con el bipartidismo imperante.
Dentro de todo activista de izquierdas hay un viejo alquimista buscando la piedra filosofal, que se conoce por un nombre repetido como un mantra hasta alcanzar matices místicos: unidad. Desgraciadamente, parece que la izquierda ha caído también en la trampa de la escolástica medieval, y ha convertido la unidad en un dogma de fe incuestionado e incuestionable que, lejos de guiar prácticas y conductas, se utiliza para justificarse y a la vez desautorizar a quienes actúan fuera del propio ámbito.
Un caso esclarecedor han sido los diferentes análisis que se han lanzado desde diferentes sectores de la izquierda estatal del fenómeno griego que conocemos como Syriza. Muchos han sido quienes de una forma u otra han querido capitalizar el éxito electoral de esta coalición, ya sea mediante simetrías aparentes, o no tanto, o mediante propuestas supuestamente gemelas al proyecto griego. En casi todos los casos, o al menos en algunos casos relevantes que he visto y oído, se atribuye el éxito de Syriza a un supuesto proceso unitario de la izquierda griega, y se propone para el Estado español un proceso similar, cuyo resultado sería una unidad idílica que, como piedra filosofal, llevaría a la izquierda de su irrelevancia a la victoria sobre el bipartidismo.

Pero mi pregunta es, ¿de dónde sacan que Syriza representa la unidad de la izquierda griega? Que yo sepa, no solo existen múltiples formaciones políticas en Grecia a la izquierda del PSOK, tanto parlamentarias como extraparlamentarias, sino que además, estas no fueron capaces de llegar a acuerdos de unidad o de colaboración después de las elecciones.
Nos topamos una y otra vez con la escolástica de los alquimistas de la izquierda. En lugar de analizar el motivo por el cual el voto de izquierdas ha subido espectacularmente en Grecia y cómo Syriza consiguió aglutinar ese voto, aplican la fórmula aprendida. Si sabemos que la unidad de la izquierda nos lleva a la victoria, entonces quien consigue alguna victoria es, sin género de duda, porque ha logrado la unidad de la izquierda antes que nada.
Vamos a aplicar entonces la misma fórmula. Vamos a enarbolar la bandera de la unidad entorno a un programa de mínimos. Pero, ¿es posible un programa de mínimos? ¿Se puede hacer un programa, de mínimos, o llámalo como quieras, que no esté más próximo al programa de una organización que al de otras? ¿Cuál es el mínimo entre anticapitalismo y antineoliberalismo? ¿Cuál es el mínimo entre reforma o revolución? ¿Cuál es el mínimo entre salir del euro y no salir? ¿Entre renegociar la deuda o negarse a pagar?

Mi profesor de biología decía que la paradoja de la piedra filosofal moderna es que el proceso de transformación del plomo en oro es mucho más costoso y caro que el oro resultante. Mal negocio. ¿Qué precio hay que pagar por la llamada “unidad” de la izquierda? La historia ya nos ha dado demasiados proyectos “unitarios” que al poner el pie en las instituciones quedan empantanados en los numerosos compromisos a los que se ven empujados por una nueva dinámica que les acerca a las instancias de poder real y les obliga a subvertir los compromisos anteriores, los adquiridos con los movimientos de base de donde han salido.
Cuando yo vea que Syriza se convierte en una excepción a esa regla, tal vez empiece a desear también una Syriza en el Estado español. De momento, sigo contándome entre aquellos que piensan que la unidad es un proceso que se articula desde abajo, con un trabajo prolongado que vaya generando dinámicas de colaboración, a través de las cuales se fortalezcan los movimientos, política y estratégicamente, sin que pierdan su autonomía. Estos procesos sirven a la vez para eliminar suspicacias y disolver desconfianzas porque se crean en el calor de las luchas. De ahí sí puede salir un programa, que no será de mínimos ni tampoco una cuestión de aritmética entre organizaciones.