El acelerador de partículas, que descompone la materia en
sus más pequeñas e indivisibles partículas y puede volver a recomponerla en
proporciones y combinaciones diferentes, transformando así una materia en otra,
ha servido para propiciar uno de los descubrimientos científicos más anhelados,
el del bosón de Higgs, logrando un paso importantísimo en el conocimiento del
universo y su origen.
Convertir el plomo en oro ha sido siempre uno de los
objetivos de la izquierda a lo largo de la historia. Y no lo digo tanto por su
afán de transformación social como por la búsqueda de una fórmula que convierta
organizaciones marginales y marginadas, desconectadas de las tendencias
hegemónicas de pensamiento, alejadas de los focos de interés mediáticos y
ninguneadas por el poder, en partidos de masas que representen una auténtica
alternativa política que pueda romper con el bipartidismo imperante.
Dentro de todo activista de izquierdas hay un viejo
alquimista buscando la piedra filosofal, que se conoce por un nombre repetido
como un mantra hasta alcanzar matices místicos: unidad. Desgraciadamente,
parece que la izquierda ha caído también en la trampa de la escolástica
medieval, y ha convertido la unidad en un dogma de fe incuestionado e
incuestionable que, lejos de guiar prácticas y conductas, se utiliza para
justificarse y a la vez desautorizar a quienes actúan fuera del propio ámbito.
Un caso esclarecedor han sido los diferentes análisis que se
han lanzado desde diferentes sectores de la izquierda estatal del fenómeno
griego que conocemos como Syriza. Muchos han sido quienes de una forma u otra
han querido capitalizar el éxito electoral de esta coalición, ya sea mediante
simetrías aparentes, o no tanto, o mediante propuestas supuestamente gemelas al
proyecto griego. En casi todos los casos, o al menos en algunos casos
relevantes que he visto y oído, se atribuye el éxito de Syriza a un supuesto proceso
unitario de la izquierda griega, y se propone para el Estado español un proceso
similar, cuyo resultado sería una unidad idílica que, como piedra filosofal,
llevaría a la izquierda de su irrelevancia a la victoria sobre el bipartidismo.
Pero mi pregunta es, ¿de dónde sacan que Syriza representa
la unidad de la izquierda griega? Que yo sepa, no solo existen múltiples
formaciones políticas en Grecia a la izquierda del PSOK, tanto parlamentarias
como extraparlamentarias, sino que además, estas no fueron capaces de llegar a
acuerdos de unidad o de colaboración después de las elecciones.
Nos topamos una y otra vez con la escolástica de los
alquimistas de la izquierda. En lugar de analizar el motivo por el cual el voto
de izquierdas ha subido espectacularmente en Grecia y cómo Syriza consiguió
aglutinar ese voto, aplican la fórmula aprendida. Si sabemos que la unidad de
la izquierda nos lleva a la victoria, entonces quien consigue alguna victoria
es, sin género de duda, porque ha logrado la unidad de la izquierda antes que
nada.
Vamos a aplicar entonces la misma fórmula. Vamos a enarbolar
la bandera de la unidad entorno a un programa de mínimos. Pero, ¿es posible un
programa de mínimos? ¿Se puede hacer un programa, de mínimos, o llámalo como
quieras, que no esté más próximo al programa de una organización que al de
otras? ¿Cuál es el mínimo entre anticapitalismo y antineoliberalismo? ¿Cuál es
el mínimo entre reforma o revolución? ¿Cuál es el mínimo entre salir del euro y
no salir? ¿Entre renegociar la deuda o negarse a pagar?
Mi profesor de biología decía que la paradoja de la piedra
filosofal moderna es que el proceso de transformación del plomo en oro es mucho
más costoso y caro que el oro resultante. Mal negocio. ¿Qué precio hay que
pagar por la llamada “unidad” de la izquierda? La historia ya nos ha dado
demasiados proyectos “unitarios” que al poner el pie en las instituciones
quedan empantanados en los numerosos compromisos a los que se ven empujados por
una nueva dinámica que les acerca a las instancias de poder real y les obliga a
subvertir los compromisos anteriores, los adquiridos con los movimientos de
base de donde han salido.
Cuando yo vea que Syriza se convierte en una
excepción a esa regla, tal vez empiece a desear también una Syriza en el Estado
español. De momento, sigo contándome entre aquellos que piensan que la unidad
es un proceso que se articula desde abajo, con un trabajo prolongado que vaya generando
dinámicas de colaboración, a través de las cuales se fortalezcan los
movimientos, política y estratégicamente, sin que pierdan su autonomía. Estos procesos
sirven a la vez para eliminar suspicacias y disolver desconfianzas porque se
crean en el calor de las luchas. De ahí sí puede salir un programa, que no será
de mínimos ni tampoco una cuestión de aritmética entre organizaciones.